Me apeé un día de mi largo tren
en el que entraba y salía gente
solo miraba a los que venían de frente,
y me quedé sentado en el andén.
Rápido eché de menos el dulce vaivén
y emergieron, poco a poco, en mi mente
las caras diablesas de la mala gente
reflejada en los cristales del tren.
Solo un simple y pequeño desdén
hacia lo que observaba sedente
mas con sorpresa me quedó patente
que había que volver y dejar el andén.
Vagones que quise ver pasar
en cincuenta, veinte o cien,
en un atisbo me quise quedar,
pero tuve raudo que volver
sin solución de continuidad;
pitó la máquina del tren
y emprendió su caminar;
de un salto a mi vagón retorné
a sufrir, a reír, a querer, para amar;
y cuando ya del todo desperté
del "chute" de anestesia general,
como desde que nací, vi el andén
a través de una ventana de cristal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario