Por
palio tenías un cielo azul
añoranzas
de alegorías de muerte;
el
triunfo, ante un esqueleto inerte
y sobre
el mundo de la Santa Cruz,
en
homenaje a tu titular
El Dulce
Nombre de Jesús.
Con el
crepúsculo de una tarde de pena
y con
ojos llorosos sales a Sanlúcar;
bien sea
con saya negra o púrpura
los
sanluqueños igual te esperan,
para ver
tu cara dulce de azúcar
fina,
bella y radiante azucena.
¿Por qué
miras al lado, Madre?,
¿Es que
no quieres mirar al cielo
para no
contemplar en tu palio,
iluminado
por el sol de la tarde
la
muerte de tu Hijo, Dios Cordero?
Tu estás
sola, Soledad,
aunque
estemos contigo esta tarde;
mas tan
sólo con mirarte
y ver tu
cara llorar,
da pena
no ser estandarte
para
poder aliviar
esa pena
tuya grande.
¡La
plaza es un revuelo
para ver
tu caminar!
La
música empieza a sonar,
rezuman
arte tus costaleros
y pone
su voz en capataz;
mis ojos
ya están llorando
y mis
labios dicen al rezar:
¡Campanillas
de cristal
que
adornáis las bambalinas!
¡Decidle
al aire que la quiero!
Y a la
hora de mi muerte
cuando suspire
mi último anhelo;
¡Soledad,
coge mi alma en tus manos,
y llévala
con tu Hijo al cielo!
De mi Pregón de Semana Santa de 1992.
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